viernes, 18 de febrero de 2011

Relatillo -III: Cáncer de mazo

 No pensaba en nada hasta que nació, con una boca bajo el brazo y una lima en su lugar, preguntando por qué, con ganas de comerse el mundo y un buen tazón de leche con galletas de cualquier tipo. 

Fue creciendo, aprendiendo de los demás, de ella misma, de la realidad y de la ficción, de la mentira y de lo cierto, pero todavía se cree cualquier cuento bien contado. Tanto de lo puro como del sesgo se le fueron ordenando las ideas por colores, por columnas, por buenos, feos y malos, por filas, tallas y tamaños, por formas, por naciones, países y continentes, por razas, sexos y edades, se hizo una escala de simpatía, inteligencia e imagen,  y su cabeza se transformó en un archivo gigante erigido sobre mil murallas chinas.

A la vez que clasificaba ideas, sin que ella se diese apenas cuenta, con el mismo sigilo con el que el lobo se acerca a su presa, poniendo la máxima cautela para que no se le note, se le iba depositando sobre su mano predominante un sedimento que con los años tomó forma de mazo. Un mazo de esos que sirven para poner orden en la sala. 

Un día el mazo adoptó unas dimensiones tan inmensas que le aplastaron los ojos… ¡chofff! sonó, pero esto hizo que los demás sentidos se le aguzaran y al desarrollar un tacto tan fino, el gran mazo le comenzó a molestar. Así que rascó y rascó, y a la par que el mazo iba desapareciendo, su vista se recuperaba para vislumbrar cosas totalmente nuevas, diferentes a las del principio, que dieron pie a nuevas clasificaciones, nuevos muros y nuevos sedimentos.

Por allí la ves caminando todavía, luchando contra sí misma y contra las clasificaciones de ideas que hacen que llenen su mano de mierda. ¿O crees que ella no lo nota? Lucha a su manera, como puede, cayéndose y reinventándose.

Sebastian Guido Bianchi, "El juez"

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